EL CRISTO DE LA CAÍDA.
LA MAGISTRAL OBRA DE HITA Y CASTILLO
Y SU INSÓLITA HISTORIA FRUTO DE UNA PROFANACIÓN.
LA MAGISTRAL OBRA DE HITA Y CASTILLO
Y SU INSÓLITA HISTORIA FRUTO DE UNA PROFANACIÓN.
Enlace al artículo original obra de José Guillermo Rodríguez Escudero
http://www.larevistadelapalma.com/el-cristo-de-la-caida/
De todas las esculturas sevillanas que se custodian en los templos canarios, pocas cuentan con una historia tan curiosa y excepcional como la bella e impresionante talla del “Santísimo Cristo de las Tres Caídas”, entronizada en la iglesia del extinto Convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, hoy de San Francisco de Asís de Santa Cruz de La Palma.
HISTORIA DE LA IMAGEN Y DE SU ERMITA
En sus orígenes, la fabulosa talla de candelero del “Cristo” no pertenecía a esta parroquia, pues tuvo antes ermita propia en la Calle Real, templo que fue víctima, a mediados del siglo XIX, de un incendio del que se logró salvar la imagen, junto a otra del “Cristo de las Siete Palabras”, hoy en la iglesia de El Salvador. Tras dos siglos de existencia, la venerada capilla fue pasto de las llamas y su solar fue adquirido por el municipio.
LA BLASFEMIA
La historia de la devota imagen del “Cristo de la Caída” y la de su ermita está relacionada con un insólito suceso acaecido en el siglo XVII. La conocemos por la propia pluma de su fundadora, María Josefa Massieu y Monteverde (1670-1759).
Parece ser que, según escribía al Vicario esta señora, “una mujer llamada María Henríquez, pasando por su casa la procesión del Miércoles Santo, arrojó a la Imagen de Ntro. Señor Jesucristo Nazareno, un vaso de inmundicias, cuyo sacrílego atrevimiento, aunque cometido por una loca, contristó tanto al pueblo, que dio principio a la octava y fiestas que se celebran en su exaltación, concurriendo la ciudad el primero y octavo día con los ministros del Santo Tribunal a la procesión de Nuestro Señor por el lugar en que fue la injuria, en el que se hace pausa para el festejo y obsequio con que se procura el desagravio”.
El alcalde constitucional y cronista don Juan B. Lorenzo Rodríguez narraba cómo se vivieron aquellos instantes: “Figúrense cuál sería la admiración y horror con que un pueblo eminentemente católico presenció tan abominable atentado contra la sacrosanta imagen de Cristo”. La procesión continuó con su recorrido, acompañada de un silencio sepulcral, que tan sólo “interrumpían los sollozos del concurso, después de haber limpiado con lienzos la sagrada imagen”.
Los fieles dispusieron hacer una “función de desagravios á esta Santa Imagen el día de la Exaltación de la Cruz del mismo año, 14 de septiembre”. Se celebraron los festejos con un novenario con música, fuegos artificiales y en la octava, una solemne procesión a la que asistieron “ambos cleros y todo el pueblo”, haciendo una parada de penitencia en la que “se cometió el desacato”. Allí se representó una loa con música, alusiva a aquel desgraciado suceso.
Acerca de la escultura mancillada, Jesús Hernández Perera escribió que “no existe hoy”. Sin embargo se sabe con certeza que es la imagen que actualmente está custodiada en la parroquia de la Virgen de Bonanza de El Paso. En el extinto cenobio dominico de la capital fue sustituida por la bellísima talla del mejor Estévez del Sacramento, célebre imaginero tinerfeño, en la primera mitad del siglo XIX, que desfila procesionalmente a las cinco de la tarde del Miércoles Santo en la multitudinaria procesión popularmente conocida como “el Punto en la Plaza”.
FUNDACIÓN DE LA ERMITA
La fundación de la ermita del “Cristo de La Caída” obedeció, por tanto, al deseo de santificar la misma casa en la que la demente cometió su inconsciente blasfemia.
La Sra. Massieu y Monteverde -propietaria con sus hermanos, el deán don Manuel y el Oidor don Pedro, de un décimo de cañas en el ingenio de Tazacorte-, lo explicaba con estas palabras: “Y habiendo corrido los años compró mi padre la casa de esta mujer, que está contigua a la suya, y en la partición de sus bienes me tocó entre otras dicha casa. Quiero fabricar en ella Templo dedicado al Señor, y entre las obras pías tengo deliberada la manda de dicha y ermita y que se ejecute con todo aseo, para que en el mismo lugar en que se cometió la injuria, sea el Señor continuamente glorificado y alabado. Y para ello tengo encargado a mi hermano D. Pedro, oidor decano en la Real Audiencia de Sevilla una escultura de Nuestro Señor Jesús Nazareno hecha por el más diestro artífice y que mueva a la mayor devoción. Y deseando dar principio en mi vida a tan santa obra, que me parece que la ha dilatado Su Majestad a este fin”. Por todo ello suplica al Vicario la licencia oportuna para edificar el pequeño santuario. Finalmente le fue concedida en la Villa de La Orotava el 20 de octubre de 1750 por el Obispo de Canaria Juan Francisco Guillén. Fue ratificada en Santa Cruz de Tenerife el 4 de febrero de 1751.
Se le concedió autorización para fabricar una ermita contigua a las casas de su habitación, en sitio propio suyo, con el derecho de patronato para sí y facultad de poderlo subrogar, dejar, traspasar y transferir a sus herederos o la persona o personas que nombrase.
LA IMAGEN DEL CRISTO
El
historiador palmero Fernández García consideraba a esta escultura del
Señor como una de las mejores que salen procesionalmente en la Semana
Santa capitalina y de las más importantes de Canarias; destaca de la
imagen la anatomía perfecta de sus miembros que quedan al descubierto
así como el rostro jadeante, expresión del máximo dolor. Sin embargo,
confundió- como nos recuerda Pérez García-, la situación del templo, que
ubicó en lo que hoy es Plazoleta Vandale y antaño otro inmueble de la
fundadora. En realidad ocupaba el solar de la casa señalada actualmente
con el número 12 de la Calle Pérez de Brito.
El nombre del “más diestro artífice” sevillano que esculpió el precioso “Cristo de la Caída” pudo ser conocido por la firma que tiene grabada en su espalda: “D. BENITO DE HITA I CA/STILLO Fesit / SEVILLA/1752”. El profesor Hernández Perera dice que conoció esta transcripción gracias a “mi maestro don Juan Álvarez Delgado, catedrático de la Univesidad de La Laguna”. Se
trata, por tanto, de una obra firmada y fechada del excelente imaginero
sevillano Benito de Hita y Castillo y de Guzmán (1714-1784) -conocido
también como Hita del Castillo-, a quien también se le atribuía
erróneamente la célebre imagen de “La Macarena” de Sevilla, en la
Iglesia de San Gil. A este respecto, Pérez Morera nos informa de que en
octubre del mismo año, Felipe Manuel Massieu de Vandala, sobrino de
María Massieu, daba orden desde La Palma a los señores Juan Fragela y
Pablo Capitanachi, comerciantes sevillanos, para que en esa ciudad
abonasen a Pedro Massieu la cantidad de 200 pesos, de a 15 reales, “los mismos que me ha entregado aquí mi señora y tía doña María Massieu y Monteverde”, dinero destinado, posiblemente, al pago de la imagen del “Cristo”.
El “Señor de La Caída”, como también se
le conoce cariñosa y respetuosamente en La Palma, tiene tan sólo
tallados cabeza, pies y manos, a parte de la cruz, como era frecuente en
el siglo XVIII. La expresión dolorida de su rostro, la actitud
humillada de su cuerpo, con la mano izquierda apoyada en el suelo, y los
hombros cargados con el peso de la cruz, acreditan un hábil imaginero
que todavía en el siglo XVIII parece militar en la estela de Pedro
Roldán, con bastantes recuerdos de Juan de Mesa. La cruz original que
portaba la imagen fue sustituida por otra nueva, más grande, con unos
remates dorados, elaborada por artesanos palmeros. La primigenia aún se
conserva colgada de una de las paredes laterales de la capilla de San
Nicolás de Bari.
Según la intención de su donante, la escultura debía mover “a la mayor devoción”. Pérez Morera nos informa de que, para lograr ese deseo, el imaginero intensificó “los
efectos realistas, mediante la utilización de postizos, como ojos de
cristal, vestidos y cuerdas, corona de espinas natural… El resultado es
la sensación de que la imagen está viva y que se dirige al fiel. La boca
entreabierta, exhalando un quejido, los ojos pronunciados, los pómulos
salientes y el entrecejo marcado expresando fuerte dolor”, son algunas de sus más importantes características que lo acreditan como un “hábil imaginero”.
En palabras de otro imaginero, esta vez palmero, Pedro M. Rodríguez
Perdomo, en un artículo de Semana Santa, nos dice que la efigie tiene “una
mano, manteniendo la cruz firme sobre su hombro, la otra, apoyándose en
una piedra para mantener el equilibrio. Su cabeza gira hacia la
izquierda buscando la mirada de todos los que le acompañamos…”. El profesor y cofrade Facundo Daranas, al referirse al “Cristo”, lo describe “de anatomía perfecta
y su rostro, jadeante, expresa el máximo dolor, tristeza y patetismo
(…) y es una de las imágenes más importantes con que cuenta la Semana
Santa en Canarias”.
El profesor e historiador Pérez Morera
también nos informa detalladamente de que la llegada de la imagen al
puerto de Santa Cruz de La Palma se debe a “los estrechos vínculos que unieron a la poderosa familia Massieu con la capital andaluza”.
Recordemos las palabras de doña Josefa al hablar de su hermano, Pedro
Massieu y Monteverde, que fue Oidor y más tarde Presidente de la Real
Audiencia de Sevilla. Tras su muerte, acaecida en 1755, fue enterrado en
la capilla del Nazareno que había edificado en el claustro del convento
hispalense de San Francisco el Grande. Este mecenas había enviado a La
Palma una de las mejores embajadas del barroco sevillano, compuesta por
las esculturas de los mejores imagineros del momento, así como un largo
catálogo de ornamentos para el culto, azulejos, placas de cerámica con
el escudo familiar, valiosas piezas de orfebrería, tejidos, etc. El
panteón funerario de la saga Massieu se ubicó en la capilla de “San
Nicolás de Bari” de la iglesia de San Francisco, junto a la hornacina
donde actualmente se ubica el “Cristo de la Caída”. En el magnífico
retablo se encuentran cinco esculturas, enviadas por don Pedro desde
Sevilla en 1724
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